La falta de
continuidad administrativa en las políticas civilizatorias ha hecho en el caso
específico del centro urbano de la ciudad capital, que la buhonería todavía en
estado incipiente en los años setenta del siglo pasado, haya tomado
proporciones alarmantes.
La buhonería en un principio era
inofensiva, más bien pintoresca, encantadora, dispersa: la vendedora de dulces,
el pregonero, el amolador de cuchillos,
el vendedor de chicharrón, el chichero, el heladero, el zapatero remendón, el
frutero. Esos vendedores tradicionales y
prestadores de servicios se hallan ahora inmersos en una compleja estructura
socioeconómica y cultural que los envuelve, minimiza y confunde.
Son
varias las tipologías que hoy observamos en esta nueva estructura socio
económica mejor conocida como la buhonería: Quienes recurren a ella como un
medio para proveerse de recursos modestos para su núcleo familiar a falta de
empleo estable; quienes se ven como una extensión de los establecimientos
comerciales formalmente instituidos; quienes conciben este medio como una
fuente rápida de enriquecimiento y
quienes lo utilizan como parapeto para la venta de estupefacientes.
También
se cuentan los super-buhoneros. Por ejemplo, buhonero con varios puestos de venta en
varios puntos de la ciudad, a cargo de terceros, mientras él anda moviéndose en
un carro de lujo. Sus ingresos brutos pueden alcanzar, en algunos casos, varias
veces el salario mínimo actual en pocos días de trabajo, especialmente quienes
expenden ropa, calzado, alimentos preparados, entre otros.
Son
varios los problemas que derivan de la creciente buhonería que cada día va
arropando a la ciudad desde su mero centro: la dificultad de circulación de los
transeúntes por las aceras, plazas y sitios abiertos de la ciudad en
consideración al hecho de que los
buhoneros ocupan permanentemente estos espacios; el incremento de la delincuencia en estas
áreas; deficiencia en la prevención y
atención de los cuerpos de seguridad y vigilancia del Estado (Policías,
Vigilantes de Tránsito); dificultades
para la atención de emergencias por parte de los Cuerpos Bomberos y de Defensa
Civil en puntos donde calles completas como la dalla Costa, Calle Piar, Calle
Roscio, Calle Urica y calle Anzoátegui están tomadas por la buhonería; obstrucción del tránsito vehicular, tanto del
transporte público como de la ciudadanía en general, por puntos viales
dedicados a tal fin; distribución ilegal
de productos o copias; el incremento de los volúmenes de basura, deterioro de
los espacios públicos y contaminación ambiental, visual y sonora.
El
problema se agrava cuando la gestión política tanto de la Alcaldía como de la Gobernación y ahora
las juntas parroquiales o Concejos Comunales se caracterizan por la
inexistencia de un plan coordinado, estructurado y coherente con la solución de
las complejidades asociadas, así como de la no-disposición del Alcalde y el
Gobernador para involucrarse en un problema de muchas aristas.
Como
observamos, no ha habido una seria, dedicada y responsable disposición política
para resolver este ingente problema de la buhonería brutal. Situación que
contrasta con el esfuerzo y seriedad con el que otras Alcaldías del país se han
orientado a buscar una solución. Por ejemplo: edificándoles puestos apropiados,
promoviendo la ocupación de los locales comerciales vacíos, definiendo plazos
para ello, haciendo cumplir las ordenanzas municipales y las leyes sobre la
ocupación de espacios públicos, tránsito y vialidad, permisos sanitarios y los
emitidos por la Alcaldía
y finalmente, supervisando y actuando sobre el comercio ilegal.
La Alcaldía y la Gobernación
tienen un papel importante en la formación de la ciudadanía, en la formación
del nuevo habitante, en la concienciación del pueblo como un todo. La educación, la política, la comunicación y
la economía, no pueden diluirse por la no-gestión o la gestión-irresponsable.
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