El Gobierno de
Andrés Velásquez, no obstante la
existencia de un proyecto de Teatro moderno en ejecución en los predios
del Jardín Botánico, contrato otro
proyecto al arquitecto caraqueño Oscar
Tenreiro, pero adosado al antiguo Capitolio de la Plaza Miranda.
Se trata de un edificio de siete niveles que quedaría bien en otro lugar pero no allí
adosado a la antigua obra del siglo diecinueve de Alberto Lutowski, porque
sobrepasa la capacidad de soporte del Capitolio y afecta la lectura espacial
del edificio, tanto en perspectiva cercanas como del conjunto urbano.
El
Teatro, debido a su magnitud, adosado y adherido al volumen del Capitolio, lo
disminuye y lo desmejora, modificando sus características prominentes, elimina
sus vistas y bloquea la luz en detrimento de sus espacios interiores que son,
por otra parte, uno de los valores del monumento. Esto no lo digo yo. Lo afirma un informe levantado por una Comisión de expertos integrada por
arquitectos del Conac, la UCV, Mindur y la Junta Nacional del
Patrimonio Histórico. Incluso ese
Proyecto de Tenreiro fue rechazado por la Municipalidad en
agosto de 1992 y aún así el Gobierno Regional ordenó su ejecución.
Al
respecto ¿qué establece la
Ordenanza de Protección del Casco Histórico? En el estudio de
revitalización cuyo instrumento legal es la Ordenanza se establece
que “en el Centro Histórico toda obra nueva, ampliación o mejora que se realice
en los espacios abiertos deberá integrarse al contexto urbano existente”. Igualmente que “todo ámbito o espacio abierto
dentro del Centro Histórico, deberá revitalizarse conjuntamente con la
totalidad de los inmuebles circunscritos a dicho ámbito, independientemente de
su grado de valor”. Asimismo, que “desde
los espacios abiertos se regularán también el efecto y la incidencia de toda la
obra de conservación a realizar en el Centro Histórico, cuidando las secuencias
visuales, urbanas y paisajísticas de dicha área”.
Sin
embargo, estas normas tan claras no parece cumplirse en el proyecto de El
Capitolio convertido en Centro de las Artes con un teatro de siete pisos
adosado, la Casa Antonio Lauro
cuya proyectista, nada menos que la entonces Jefe de la Oficina Técnica,
arquitecto Rosángela Yajure, quería adosarle un teatrino con una cúpula
presbiteriana y la Casa
Otero con la cual un arquitecto contratado en España quiere
ensayar un mestizaje de lo colonial con lo moderno, el edificio de la Prefectura que se
ejecuta en la calle El Progreso y la conversión del antiguo Asilo de Enajenados
en un centro educativo, la ampliación de la Escuela de Música en la calle Igualdad, donde las
propuestas no se integran sino que, por lo contrario, contrastan, se escapan
del contexto ambiental y alteran desmedidamente la volumetría.
Además
del Gobierno, tampoco el sector privado cumple la Ordenanza, visiblemente
los propietarios de establecimientos comerciales del Casco Histórico. Hay
evidentemente renuencia por parte de los comerciantes del Casco Histórico de acatar y observar
estrictamente lo que ordena y demanda la Ordenanza respectiva, por ejemplo, suprimir los
letreros, anuncios, pancartas, puertas santa-maría, protectores metálicos,
aparatos de aire acondicionado hacia fuera y otros elementos que desvirtúan las
formas arquitectónicas tradicionales de las fechadas de los inmuebles.
La
colina del Parque en cuya cúspide fue
erigida la Fortaleza
de El Zamuro, se halla rodeada de Vayas y avisos propagandísticos y comerciales
que no tan sólo violan fragantemente la Ordenanza sino que ofrecen un aspecto visualmente
chocante y lamentable.
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