El centro urbano de Ciudad Bolívar fue declarado en 1976, Monumento Histórico Nacional y su ubicación se la debemos en cierto modo a don José Solano que eligió este sitio hace más de dos centurias y media para que aquí se construyera la capital de la colonial Provincia de Guayana, una ciudad que es única en Venezuela. Una ciudad, como decía el viajero germano, Frederich Gerstaker en 1868, “literalmente cincelada en las piedras”, o como escribió el historiador bolivarense Manuel Alfredo Rodríguez, “parecida a un pequeño burgo medieval”, o el explorador venezolano Michelena y Rojas “un anfiteatro” debido a su pronunciado declivio, o el escritor y novelista venezolano Rufino Blanco Fombona “pirámide berroqueña acurrucada sobre una roca a orillas del famoso río”.
La
escritora Higinia Bartolomé de Alamo,
poeta barquisimetana, esposa del Presidente del Estado Bolívar en 1933, la encontró parecida a Quintanar de la Sierra (España). En fin, una ciudad empinada, escalonada como
un templo babilónico, con un gran frente de agua y una arquitectura, híbrida
tal vez, pero llena de gracia y armonía dentro de una sola línea y
volumen. Una ciudad coronada de azoteas
mirando hacia el río, casas espaciosas, grandes ventanales, portales, balcones,
herrajes, puertas antiguas, columnas y capiteles de variados estilos. Una ciudad hecha en el pasado con arte y amor
para que fuese heredad y orgullo de las generaciones sucesivas que así lo han
comprendido y han querido conservarla como memoria y vivencia. Sin embargo, el que las generaciones
sucesivas lo hayan entendido no ha sido suficiente pues la ciudad que se quiere
conservar, proteger y revitalizar, se ve
maltratada, deteriorada, agredida o como bien dice la antropóloga María Eugenia
Villalón: “irreconocible”.
¿Qué
ha pasado entonces? El casco urbano bolivarense se conservó casi intacto en su
estructura o trama urbana hasta el término de los años sesenta. A partir de
entonces se inicio un deterioro progresivo de sus inmuebles sucedido de
intervenciones con materiales distintos y fuera de contexto que fueron
alterando su fisonomía original.
Determinaron el problema la ignorancia municipal con respecto a los
valores culturales intrínsecos de la ciudad y, por lo tanto, la falta a tiempo
de una ordenanza de protección; el abandono
del casco por familias tradicionales atraídas por las mejores
perspectivas de vida que ofrecía la
Zona del Hierro de suerte, que las casas abandonadas,
arrendadas o vendidas, cayeron en manos de gentes desarraigadas como los
árabes, por ejemplo y otros comerciantes foráneos. Hubo, incluso, comerciantes que las
incendiaron para mediante un juego sucio cobrar el Seguro y de paso poder
construir locales comerciales nada conforme con el estilo tradicional.
En 1986 se realizó un diagnóstico
del centro urbano y de 1.208 inmuebles censados, solamente quedaba intacto el
16 por ciento de las edificaciones tradicionales. El 51 por ciento sustituido y el 33 por
ciento restante con alteraciones importantes, pero corregibles.
El trabajo socio – económico reveló
una población de casi cinco mil habitantes, los menores de 30 años
predominantemente mujeres y nativos de la ciudad, mientras que los habitantes
más viejos eran inmigrantes árabes. Más
mujeres que hombres como cabezas de familia y el 40 por ciento de la población
económicamente activa trabajando por propia cuenta como el caso de la gran
buhonería que al igual que los árabes paulatinamente han ido ocupando el casco.
Ese diagnóstico se realizó mediante
un convenio entre el Instituto Iberoamericano de Cooperación, el Gobierno
Regional y la
Municipalidad con cara a un proceso de protección,
conservación y revitalización dado el valor histórico cultural del centro
urbano de esta ciudad que ostenta el
nombre del Libertador de Venezuela y buena parte de la América.
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