La Ordenanza, instrumento legal concebido especialmente conforme al estudio de
revitalización integral del Casco Urbano
que aún guarda en muchos de sus inmuebles la memoria de lo que fue la ciudad de
los siglos dieciocho y diecinueve, fue sancionada por el Consejo Municipal en
junio de 1987, pero comerciantes, profesionales, buhoneros y familia residentes de la zona parecen
ignorarla.
La
ignoran a pesar de que la misma fue durante meses discutida en sesiones abiertas
de la Municipalidad,
la ignoran a pesar de largos foros, informaciones de prensa, reuniones con la Cámara de Comercio, con los
vecinos y otras instituciones que al final convinieron en la necesidad de
conservar y respetar la composición, homogeneidad y armonía de los inmuebles,
así como las características tipológicas tradicionales tanto arquitectónicas
como urbanas del antiguo e histórico casco urbano Angostureño.
Pero
el problema no es sólo que comerciantes, profesionales y residentes la ignoren,
que ignoren la existencia de esta Ordenanza especial del Casco Histórico y su
obligación ciudadana de acatarla. El problema también es que no hay autoridad
que ejerza el juramento de cumplir y hacer cumplir las Ordenanzas. Pareciera
que la única Ordenanza que la autoridad hace cumplir es la del Impuesto y las
otras implicadas en el orden presupuestario de los ingresos.
Si
la Ordenanza
se aplicara estrictamente y sin contemplaciones de ninguna índole, el Casco
Histórico no estaría como está degradado y deteriorado. Entre los males del centro histórico están
las numerosas casas abandonadas, en escombros, en ruinas. ¿Qué puede hacer una Ciudad con sus cosas
vacías, casas en ruinas, en escombros? Si quienes administran la ciudad nada
hacen, la ciudad, que es su gente como alguna vez escribió Mario Briceño
Iragorri, no puede hacer nada, sino esperar la muerte. En todo caso, la Ciudad es un ser vivo que
nace, crece, se desarrolla y puede morir tras decadencia y deterioro serio de
su vida. La Capital
de Guayana tiene más de 400 años, desde que don Antonio de Berrío la fundó con
el nombre de Santo Tomás de la
Guayana, por allá en las fronteras con el Delta. Nació y
anduvo correteando entre el Caroní y el Delta hasta estabilizarse en la
angostura del Orinoco. Ha crecido, estuvo una época floreciente. Juan Vicente González la llamó “La Fenicia de Venezuela” Pero
la salud de la ciudad se halla resentida y no cuenta con buenos médicos, aunque
sí con expertos sepultureros que son los
dueños de las casas vacías en ruinas.
Pero las ciudades en esa situación,
aún alientan la esperanza de una voz como la bíblica que le diga “Levántate y
anda”. Pero la ciudad nunca podrá levantarse sola. Necesita una mano. La mano
firme de sus vecinos, en fin, de sus amigos. Mientras la ciudad la remiendan
por un lado es atacada y herida por el otro, por el lado de sus casas
abandonadas por quienes se fueron hace tiempo de la ciudad y la dejaron a la
aventura del inquilino desarraigado.
Ellos, podríamos decir, que son los
sepultureros de la ciudad, virtualmente gente que todo lo puede, intocables,
nadie se mete con ellos, nadie los expropia, nadie los cita, nadie les dice
nada y los bolivarenses se preguntan ¿cuándo los concejales van a legislar, a producir otra ordenanza específica sobre las
casas vacías, abandonadas y en ruinas. Una Ordenanza nada complaciente con los
sepultureros, pero que dignifique a la ciudad y que coadyuve al llamado proceso
de revitalización que iniciado hace más de tres decenios.
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